Nos fijamos en los likes, los comentarios, el engagement, el numerito infernal que aparece en ese globito rojo que nos marca cuántos emails tenemos pendientes. Intentamos dejar nuestra bandeja de entrada a cero a toda costa.
Acumulamos grupos de WhatsApp: el del cole del niño, el del cumpleaños de tu mejor amiga, el de la boda de tus primos, el de la cena de empresa, el del grupo de trabajo (y verás ahora que diciembre está a la vuelta de la esquina y con él llegan las cenas y comidas varias…¡prepárate!).
A veces nuestra jornada de trabajo queda reducida a responder un email tras otro, generar contenido, postear stories y rellenar tablas de Excel. Y luego llegamos a casa y seguimos con los grupos de WhatsApp, leyéndolos en diagonal y haciendo un scroll infinito en nuestra cuenta de redes sociales viendo qué se cuece o pasando stories compulsivamente.
¿Y dónde quedan las personas?
En sus inicios, las tecnologías surgieron para hacernos la vida más fácil y entre otras cosas, facilitar nuestra comunicación. Para ayudarnos a estar conectados. ¿Y no parece que a pesar de ello, con todos los avances, en ocasiones estamos más desconectados que nunca? 🤔