Esta semana, mi hijo ha empezado el cole. Con solo dos años y medio, ha dejado atrás su etapa de escuela infantil y ha pasado al “cole de los mayores”.
El domingo por la noche, mientras le preparaba el uniforme y la mochila y le marcaba los libros –si, así soy yo, yendo al límite– no paraba de pensar en cómo iría la primera semana. Me aterraba que, con el cambio de espacio y rutinas, el niño lo pasase mal. Me preocupaba que llorase mucho o que no quisiese ir. Me daba miedo que lo pasase mal.
Después de maldormir la noche del domingo, llegó el lunes. Y los nervios fueron a más. Llegamos a la puerta de su nuevo cole. Saludamos a los padres de los otros niños y mi cabeza no dejaba de ir a mil por hora pensando en todo lo que podía salir mal. Pero entonces, vi su cara. Estaba FELIZ. Estaba emocionado e ilusionado al ver a tantos niños con los que jugar. Abrieron la puerta, cogió su mochila y ese mico de poco más de un metro me dio una gran lección de valentía: entró feliz y contento, decidido y sin mirar atrás. Dispuesto a disfrutar de su primer día de cole. Y así lo hizo también el martes, el miércoles, ayer jueves.
Esta mañana, mientras volvía a casa de dejarlo feliz y contento en el cole reflexionaba sobre cómo todo esto se parece a los procesos de transformación digital. A fin de cuentas, los cambios, cambios son. Todos. A algunos nos asustan, nos dan miedo, nos aterran. Pero cuando mantenemos una actitud positiva y les sonreímos, al final, todo va bien.
Las empresas y los modelos de negocios están cambiando a una velocidad de vértigo: se automatizan procesos, se implantan soluciones digitales, cambia nuestra manera de gestionar y nuestro día a día. Pero aquí, hay una cosa esencial: tu actitud ante estos cambios. ¿Vas a pasar la noche sin dormir como lo hice yo o vas a sonreirle al cambio como lo hizo mi hijo? Créeme: él disfrutó mucho más que yo del proceso.