Hoy se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental: algo que nos afecta a cada vez más personas y en ocasiones de manera silenciosa.
Hace poco más de un año, la hiperconexión me llevó a sufrir la mayor crisis de estrés, ansiedad y agotamiento de mi vida. En aquel momento, llegué al límite y perdí el sentido de la vista. Durante semanas, no alcancé a ver nada más allá de unas chispitas de colores. Mi mente decidió parar y me frenó en seco. Durante mucho tiempo había normalizado el vivir estresada, con ansiedad constante, llevando por manera el “no me da la vida” y alardeando de una agenda a tope de cosas, de dominar la multitarea y de permanecer conectada y frente a la pantalla, literalmente, de sol a sol y de luna a luna. Lo normalicé tanto, que no creí tener un problema. Nunca pedí ayuda.
Desde ese momento en el que todo hizo ‘crack’, vivo comprometida con el bienestar digital –el mío y el de las empresas a las que asesoro–. Creo firmemente en que las tecnologías son maravillosas y que, puestas a nuestro servicio, pueden ayudarnos a mejorar procesos, ganar tiempo y calidad de vida. Por eso mi propósito es facilitar procesos de transformación digital que ponen en el centro a las personas, para que estas tomen las riendas y no acaben presas y esclavas de una digitalización mal avenida.
Cuidemos de nuestra salud, de nuestra mente. Démonos espacio para poner todo en “modo avión” y reconectar con lo analógico. Encontremos el equilibrio. Y pidamos ayuda cuando sea necesario. Solo de esa manera disfrutaremos verdaderamente del proceso.
