Anoche me acosté soñando con este momento. Hoy lunes, tras dejar a mi hijo en el cole, me iría hasta una de mis cafeterías favoritas a disfrutar de un buen café, su música relajante y su atmósfera en calma para escribir.
Y eso he hecho. Solo hay un pero: a los 5 minutos de pedir mi café, en el jardín de al lado, han considerado que era buen momento para podar los setos motosierra en mano. En cuestión de segundos, he pasado de estar inspirada y creativa a no poder dejar de pensar en el ruido. Mi cabeza ha empezado a pensar en bucle en él. Y entonces, de repente, para mí ha desaparecido la maravillosa playlist y el entorno y solo existía el ruido.
Obviamente, todo lo que había planificado en mi cabeza, se ha ido al garete. He pagado mi café y me he marchado.
Mientras paseaba hasta el coche, reflexionaba sobre el ruido. Y es que lo que a mí me ha ocurrido hoy no difiere mucho de lo que nos ocurre a diario con la tecnología: cuando no tomamos el control, el ruido nos abruma, nuestra productividad se va a golpe de click y de repente, eso que parecía maravilloso, se vuelve en nuestra contra: recibimos mucha más información y muchos más estímulos de los que somos capaces de procesar. Literalmente, todo se acaba volviendo «barro».
Cuando se lo contaba a mi marido me ha contestado: «¿y por qué no te has puesto los AirPods?». ¡Los AirPods! ¡Los que siempre llevo encima! Y yo, que estaba tan sumida en el ruido, ni había caído en eso.
Y es que yo hoy, al igual que en nuestro día a día con la tecnología, tenía en mi mano (o en mi bolso) la posibilidad de parar el ruido.
Y tú, ¿sabes parar el ruido?